David Lynch, el onirismo de la modernidad
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(extraído de la introducción de mi nuevo libro, David Lynch, el onirismo de la modernidad (Ediciones JC), que en los próximos días se pone a la venta)
Así que pasaran veinticinco años, Laura Palmer (Sheryl Lee) habría de regresar. Fue ella, la asesinada más célebre de la televisión de los noventa, quien, al final de la segunda temporada de Twin Peaks (1990-1991), volvió fugazmente de la muerte para entrar en un sueño del agente Dale B. Cooper (Kyle Mac Lachlan) y fijar para ese plazo su retorno. Fue, naturalmente, en la habitación roja, "un lugar sin contexto, una secuencia sin contexto, sin nada antes ni después", comentaría Michel J. Anderson -intérprete del enano bailarín- recordando la explicación que le dio David Lynch el día que le pidió referencias para interpretar a aquel "hombre de otro lugar". Además de él, fueron testigos el turbador decorado del sofá y las cortinas rojas. Allí todo era del mismo color. Llegado el momento de cumplir lo prometido, la tercera temporada de Twin Peaks, cuya emisión se anunció para 2017, es una de las opciones que despiertan más expectación en ese esplendor de las series de televisión al que asistimos. Y es de ley apuntar que algunos de los parámetros de toda esa bonanza de la ficción catódica de nuestros días fueron sentados en la primera temporada de Twin Peaks, la propuesta que puso en marcha la revolución de la televisión. David Lynch, su creador junto a Mark Frost, es, por tanto, uno de los precursores indiscutibles de la nueva narrativa televisiva. De ahí que sea oportuno analizar ahora su filmografía.
Realizador de todos los episodios de la nueva temporada, empleo que en la primera sólo desempeñó en algunas entregas, como Hitchcock en Alfred Hitchcock presenta (1955-1962), lleva más de diez años, desde Inland Empire (2006) para ser exactos -una de sus cintas menos conocidas, por cierto-, sin estrenar ninguna película. Respecto a aquella última, no faltaron comentaristas que apuntaron que había puesto el punto y final a su relación con la industria estadounidense, de la que siempre fue uno de sus miembros más díscolos. Siéndolo además no por posturas políticas o coyunturales de cualquier otro modo, sino por el singular cariz de su estética. De ahí que su desobediencia al establishment de Hollywood haya sido sin estridencias, casi armoniosa. De hecho, Dino de Laurentiis, el productor con el que tuvo su mayor encontronazo en la desastrosa Dune (1984), también fue el que posibilitó su primera obra maestra: Terciopelo azul (1986), una paradoja harto infrecuente.
Publicado el 20 de febrero de 2017 a las 18:00.